viernes, 5 de diciembre de 2008

Trabajo final de Historia Argentina y Latinoamericana - Vazeilles

historia argentina y latinoamericana

cátedra vazeilles

universidad de buenos aires

facultad de ciencias sociales

ciencias de la comunicación

25/08/2008


LA FUNDACIÓN DEL ESTADO ARGENTINO EN EL SIGLO XIX:

ASPECTOS DE LA DEPENDENCIA, EL FACCIONALISMO, EL ARCAÍSMO IDEOLÓGICO Y LA CORRUPCIÓN EN EL SIGLO XIX

INTRODUCCIÓN

El presente trabajo pretende realizar un acercamiento a la Argentina en tiempos de la fundación del Estado-Nación. Para ello, se tomará el período que va de 1862 hasta 1905 aproximadamente, aunque se hará mención de algunos datos anteriores o posteriores a dicho período a fin de intentar dar un panorama lo más completo posible.

Se hará un breve repaso por las características poblacionales de la época, así como también del contexto social de disputas políticas entre facciones de una misma clase social, la corrupción política en los inicios de la conformación del Estado argentino y las ideas retrógradas que –como se verá- no llevaron al desarrollo y despegue económico de un país que parecía cumplir todas las condiciones –gracias a sus tierras fértiles y los cuatro climas- para convertirse en una nación de riqueza, pero nunca alcanzó las condiciones políticas que permitieran una planificación que condujera a dicho desarrollo.

Con la caída del orden colonial parecía presentarse la oportunidad para la constitución de la nación en el territorio que había estado al mando de España. Aunque vale la aclaración de que esta pérdida del poder español fue debido a sus propias debilidades frente a la expansión de los imperialismos de las potencias dominantes del siglo XIX -Francia y Gran Bretaña-, que gracias a la lucha del pueblo nativo.

A continuación se presenta una cronología de las distintas presidencias a fin de contextualizar el período analizado.

CRONOLOGÍA DE PRESIDENTES ARGENTINOS (1862 a 1906)

1862-1868 Bartolomé Mitre

1868-1874 Domingo F. Sarmiento

1874 Nicolás Avellaneda

1880-1886 Julio A. Roca

1886-1890 Miguel Juárez Celman

1890-1892 Carlos Pellegrini

1892-1895 Luis Sáenz Peña

1895-1898 José Evaristo Uriburu

1898-1904 Julio A. Roca (segunda presidencia)

1904-1906 José Figueroa Alcorta

CONTEXTO INTERNACIONAL ARGENTINO EN EL SIGLO XIX

En el caso de los países centrales, su avance hacia convertirse en una nación burguesa dependió del saqueo y la explotación de las periferias coloniales, también consideradas neo-colonias. Así, el lugar ocupado por las periferias fue de desventaja, logrando convertirse en naciones burguesas “defectuosas”.

En el llamado orden neocolonial –sobrevenido luego del fin del colonialismo español en América Latina-, la hegemonía pasó a ser de fue Gran Bretaña, con una función clara en tanto proveedora de manufacturas pero más parcializada como mercado para los productos agrarios argentinos, que era compartido con otros países europeos.

En Argentina hubo gran preponderancia de sus inversiones de capital (principalmente en ferrocarriles) y como prestamista central de su banca, sobre todo la Baring Brothers Co.

1. LO ECONÓMICO

El predominio de Gran Bretaña sobre Argentina como proveedora de manufacturas de consumo y como inversora de capital para fue absoluta durante el siglo XIX. Con el ciclo de la lana se inició la etapa de la estructura agroexportadora en la historia económica argentina, abarcó el periodo que va desde la segunda mitad de este siglo hasta 1930, año en que la dirección económica del país debió cambiar en el contexto de una crisis internacional.

El modelo de estructura agroexportadora no fue resultante de la acción del Estado, sino del ánimo de sectores propietarios y dirigentes. Este modelo consistió en una evolución económica esencialmente montada en el comercio exterior y sólo secundariamente en el mercado interno. Lo cual es opuesto a la posición tomada por la mayoría de los países centrales industrializados, en los que hay un empuje paralelo tanto en el desarrollo del mercado externo como en el del mercado interno. Este carácter agroexportador es correlativo a las importaciones industriales, se trata así de un país “manufacturero-importador”.

Así, la Argentina se incorporó al mercado mundial en las condiciones históricas en que este mercado se formó. Las cartas ya estaban echadas y en lo único en que sus dirigentes alcanzaron a fijarse fue en una ubicación cómoda y apropiada según –en palabras de Ricardo- sus “ventajas comparativas” conforme al orden económico internacional establecido.

Durante el modelo agroexportador Argentina fue un país que recibió gran aporte de capitales extranjeros: ingresaron ciertas cantidades de moneda extranjera y, a su vez, ingresaron ciertos medios de producción. Con esto, Argentina se convirtió en un país comercialmente superavitario, lo cual significa que exportaba mucho más de lo que necesitaba importar.

Este superávit de las cuentas comerciales exteriores podría parece ligado a la prosperidad, al éxito y dinamismo del país. Sin embargo esto no era la realidad económica argentina porque las inversiones extranjeras ligadas a intereses monopólicos y sectores privilegiados internos del país desempeñan un papel fundamentalmente contrario. Se produce entonces una salida de capital bajo la forma de exportación de bienes. Para citar a Vazeilles en su libro Historia Argentina, etapas económicas y políticas 1850-1983, agregamos que:

De allí que la Argentina “próspera” del ’80, la Argentina “grande” como han dicho tantos agentes militares y civiles de sucesivas dictaduras militares en nuestro país, aquella Argentina receptora de fondos y de inversiones de monopolios de diversos orígenes, fuera comercialmente deficitaria.

CONTEXTO INTERNO

1. COMPOSICIÓN DE LA SOCIEDAD

La Argentina en el período de la constitución de su fundación como Estado –Nación constituía una sociedad débil: tenía escasa población, había algunos esclavos de origen africano, por otro lado los genocidios y mortandades acaecidas a la población indígena, más las enormes exigencias de la mita minera y las resistencias al sometimiento limitaron la existencia de mano de obra.

En esta época se mantenían las viejas normas contra los que fueran denominados “vagos”. Inclusive se las “perfeccionó” mediante un código rural, el artículo 289, que establecía la sujeción personal de peones a patrones. Este artículo declaraba vago a todo “aquel que careciendo de domicilio fijo y medios conocidos de subsistencia perjudique a la moral por su mala conducta y vicios habituales”. Así, cualquier gaucho o peón rural que no anduviese en buenas relaciones con su patrón o que no tuviera dependencia alguna sería considerado un “vago”.

Un hecho que fue central de los últimos tramos de la sociedad colonial y los primeros de la independencia de España, es que la actividad que era más dinámica desde el punto de vista productivo, es decir, la explotación de los animales vacunos en las zonas pampeana y litoral (la “vaquería”), no fue atendida por la mano de obra esclava o servil. Esta explotación dio origen a la contratación temporaria de los gauchos, gauderios o changadores, pobladores criollos libres y nómades de la campaña.

El paso de la “vaquería” a la estancia colonial requería la conversión del gaucho o changador libre y nómada en peón de estancia “aquerenciado”: sedentario y comprometido en tareas propias de la explotación pecuaria vacuna, lo que implicaba el manejo del ganado caballar como instrumento de trabajo.

La previa densidad de la población originaria de la parte sur del territorio argentino era baja en relación con el noroeste hasta donde llegaban los confines del imperio incásico y el noreste, donde había una producción agraria guaraní. En el sur había sobre todo pueblos cazadores recolectores. Si se combina eso con el carácter regresivo del imperio español, resulta clara la razón por la que, junto con la densidad baja de la población, había una extensión enorme de tierras que en la colonia se habían considerado propiedad de la Corona y pasaron con la independencia a ser fiscales.

Entonces, en el pasaje del Estado faccioso del mitrismo al roquismo, se intentó apoderarse por la fuerza de estas tierras del sur, a la que se denominó “conquista del desierto”. Así, tuvo ocasión el genocidio del pueblo mapuche: una cacería con armas modernas para la época disfrazada de guerra. Esta conquista del sur del territorio bonaerense y el este de la actual provincia de La Pampa se llevó adelante con el sacrificio de los criollos sometidos a la milicia, mal pagos, mal alimentados y mal provistos de ropas.

Esta rápida concentración de la propiedad de la tierra, por apoderamiento especulativo y corrupto -junto con el monopolio de la derivación de los fondos públicos a las fortunas privadas-, de un pequeño grupo social bastante cerrado a la que por ello, el resto de los burgueses bautizó la “oligarquía”, lo dotó de un nivel de riqueza muy alto respecto del resto de la sociedad.

En 1810 las regiones del noroeste, mediterránea y Cuyo –que eran proveedores de alimentos, manufacturas y medios de trasporte animal hacia el enorme mercado de la minería de la plata del Potosí- concentraban la mayoría de la población del virreinato del Río de la Plata.

La naciente sociedad argentina estaba en una situación doblemente atípica en lo en lo que concierne a la organización económico-social en castas, porque por un lado los esclavos negros no se insertaban en plantaciones (como era el caso de Brasil o Cuba), por otro lado, tampoco los siervos indígenas encomendados formaron masas rurales de la importancia que tuvieron en Bolivia, Perú, Ecuador, México y algunos países de América Central.

2. ASPECTOS POLÍTICOS DE LA ÉPOCA

Mientras Europa en general se encontraba en un estadio de pasaje de la sociedad de castas a la sociedad de clases, los pueblos americanos estaban en distintos grados de estadios anteriores. Los países sudamericanos de habla española presentan como punto de partida la dislocación en un desorden perdurable del orden de castas serviles o esclavas heredado de la corona española.

El faccionalismo fue la forma que tomó la fragmentación de un poder colonial cargado de favoritismos cortesanos, patentes realengas, suertes de estancias, señoríos sobre encomiendas serviles indígenas y comercio negrero. La obtención de estas patentes era motor principal de las contiendas civiles, primero de unitarios y federales, y más tarde, entre mitristas y roquistas. Si bien la casta dominante no quería dejar de “patentarse”, tampoco sus componentes querían renunciar a favor de otros a ocupar el poder central (que estaba vacante por la Corona española) para autopatentarse y despojar a sus rivales. Por esa razón guerrearían inevitablemente entre sí, llegando a derramamientos de sangre entre parientes y amigos.

Se hará un recorrido para intentar comprender la historia argentina desde la cuestión del activismo restaurador, anárquico y faccioso que lo caracterizó. Para ello, se darán algunos datos considerados relevantes:

· El 25 de mayo de 1810 fue depuesto en Buenos Aires el Virrey español Cisneros, asume el mando una Junta de Gobierno elegida por el Cabildo de la ciudad.

· El 9 de julio de 1816 un Congreso de las provincias del virreinato –reunido en la ciudad de Tucumán- declaró su independencia de la Corona española y toda otra dominación extranjera.

· En 9 de diciembre de 1824, en las cercanías de la ciudad de Ayacucho (territorio del virreinato del Perú), ejércitos coaligados de soldados de los virreinatos del Rio de la Plata, del Perú y el de Nueva Granada derrotaron definitivamente al cuerpo expedicionario español al mando del Rey Fernando VII de España.

La llamada batalla de Ayacucho clausuró la intervención española pero no produjo unidad ni paz en sus ex colonias sudamericanas. El motivo podría encontrarse en que en la sociedad colonial no se había formado ningún impulso hacia el desarrollo mercantil y social que permitiera el tránsito hacia algún reino de la nación moderna. Correlativamente, tampoco hubo institucionalidad burguesa, que reemplazara el orden vasallático-feudal.

Desaparecida la Corona como fuente de legitimidad de la administración colonial, en vez de tomar aquella liberación para fundar un nuevo orden social de contenidos diferentes, la concibieron como una libertad para autoadjudicarse los títulos que definieran su situación de casta dominante.

Las vacilaciones y las falencias de la casta alta local, indujeron la aparición de guerrillas independentistas de población rural, interesada en la lucha por procesos de reforma agraria encabezados, en Salta y Jujuy por Martín de Güemes y en la Banda Oriental del Rio Uruguay por Gervasio José de Artigas. En ambos casos, la actitud provocó un odio feroz de los terratenientes esclavistas y encomenderos contra ambos caudillos de esos sectores populares.

Buenos Aires percibió ya en 1820 que, cuando vencida por López Ramírez y Artigas (jefes de las provincias del litoral), se encontraba más fuerte que sus vencedores. Así, Buenos Aires estipuló en el convenio o Tratado Cuadrilátero celebrado en 1822 con Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, en el que se hizo prometer a estas provincias vencedoras que la dejarían aislada y sola hasta que viniese el tiempo oportuno de constituir un gobierno general para toda la nación. Pero ningún tiempo le parecía oportuno a Buenos Aires para poner término al goce de ese estado privilegiado de cosas, que le dejaba todo el tesoro y el poder de la nación. Así fue como todo momento fue declarado inoportuno para reunir el congreso. Todo congreso fue encontrado diminuto, y todo promotor de un gobierno nacional, un faccioso y rebelde. Se cito a Vazeilles en El pantano argentino…:

[…] aún luego del fin de la forma laxamente federada de la Confederación Argentina y abierto paso a la República, la unificación jurídica del mercado interno mediante el pacto de San Nicolás y la sanción de la Constitución de 1853, ese tipo de luchas facciosas perduraron largamente y bajo los modos más aberrantes.

Todavía durante los años 1853-1860, estaba irresuelta la cuestión de la aduana, lo cual era motivo para que los hombres del partido porteño-bonaerense tuvieran el proyecto de la “República del Plata”, es decir, de una nación que abarcara solamente lo que hoy es la provincia de Buenos Aires, separada del resto. Por ello, las luchas facciosas continuaron a lo largo del periodo analizado según los distintos intereses tanto sociales como ideológicos de cada facción. Así se libró la batalla entre unitarios y federales, definición que delimitaría el modelo de país. Al respecto escribe Sarmiento:

Los “civilizados” admiraban e imitaban a Europa y servían sus propósitos dominadores; los “bárbaros” descreían de las intenciones de los europeos y defendían obstinadamente a la Argentina.

Ni unitarios ni federales eran verdaderos partidos políticos. Los unitarios llamaban “masas bárbaras” a los federales y los federales llamaban “salvajes” a los unitarios. En ambos casos se alude al atraso y falta de civilización de los adversarios.

Acusación mutua de prácticas crueles e ilegales a los enemigos en los sucesos anexos y posteriores a los combates de las guerras civiles. Pero el asesinato o castración de prisioneros indefensos, los saqueos, los asesinatos de civiles, eran practicados por ambos bandos con la misma asiduidad con la que se autoproclamaban humanitarios civilizados o cristianos cargados de amor al prójimo.

Los grupos sociales, en su búsqueda de enriquecimiento mediante patentes o mercedes realengas para comerciar, vaquear u obtener “suertes de estancias”, nunca fueron capaces de concebir otra manera de existencia social que no fuera la de legitimarse mediante tales títulos como punto de partida de su ubicación en la cúspide de la pirámide social. Este es el sentido profundo de la ambición restauradora de unitarios y federales, con un autoritarismo que, dadas las condiciones de rivalidad de hecho en que se encontraban y necesidad de recurrir a las armas para dirimirla, no podía menos que ser anárquico y faccioso.

El roquismo fue precedido por el mitrismo. Mitre encarnó las ansias de restauración de su propia hegemonía sobre el resto de las provincias cuestionada después de la batalla de Caseros. De otro modo, el faccionalismo hubiera carecido de las bases monetarias de los enriquecimientos personales. Con motivo de afirmar lo dicho, se cita a Vazeilles en El fracaso argentino:

Lo político y lo moderno no estaban en los reglamentos militares de Mitre como general mandón de documentos, cuya única brújula fija era sostener la gracia de la civilización en posesión exclusiva de unitarios y porteños, el pecado mortal en sus enemigos y el repartir sus absoluciones a los pecados veniales que cometieron buenas gentes como Belgrano y San Martín.

También Carlos D’Amico escribe sobre la acción destructiva que prolongaba ese autoritarismo restaurador, anárquico y faccioso que disputaba con rabia el poder heredado de la colonia, con sus rentas y su carácter de otorgador de títulos de propiedad o de negocios:

En vez de garantir al pueblo el ejercicio de los derechos electorales, Mitre ha sido el que en Buenos Aires primero, y en la República después, inventó los medios fraudulentos de hacer ilusorios esos derechos […] En 1857, para suplantar la inmensa mayoría del partido chapandino presidido por Calvo, recurrió al fraude en las parroquias y consiguió con votos falsos superar los votos verdaderos de sus adversarios. […] Y desde entonces ese ha sido el sistema electoral de la República Argentina: o votan solos los partidos del gobierno, o, si hay lucha, triunfa el partido que sabe o puede hacer más fraudes, […] ese sistema de que tanto se quejan en la República se debe exclusivamente a Mitre, que fue su inventor y único introductor en las prácticas electorales argentinas […] inutilizó los esfuerzos populares, suplantando el voto de los ciudadanos por la coacción oficial. […] Durante su gobierno, sus empleados han llevado el abuso hasta la más escandalosa exageración, y los robos eran tantos y tan frecuentes, que a nadie le llamaba la atención.

Pero, por otro lado Alberdi se expone, y no está de acuerdo en que Mitre fuera el inventor del fraude electoral:

Sin ser injustos ni lisonjeros hacia él [Mitre], tenemos que negarle todo el derecho de invención de esa política, pues antes que él la usó el general Rosas. No es tampoco invención del general Rosas, pues la usaron los antecesores de él en el gobierno de Buenos Aires. Ninguno de sus hombres públicos tiene el deshonor de ser el autor de esa máquina infernal.

Los padres naturales de esa política son el antiguo régimen colonial español y la revolución degenerada.

Fraude en las elecciones: la mayoría de los comicios dio el triunfo al partido autonomista. Pero el partido mitrista se atribuyó también el triunfo alegando que el partido autonomista había perpetrado una falsificación de los registros electorales para que consignasen diputados que no habían resultado del voto popular. El escrutinio arrojó gran mayoría a favor de los candidatos del partido autonomista. Esto colmó la irritación del partido mitrista, el que levantaba la candidatura presidencial de general Mitre. Con esto, se abrió nuevamente la era de las revueltas armadas.

Podría señalarse que la historia política argentina comienza con la generación del ’80. La generación del ’80 era una elite de intelectuales y dirigentes que culminó la obra de la “organización nacional”. Su obra derivó en la crisis de 1890, precedida por el Unicato de Juárez Celman, quien accedió a la presidencia por ser concuñado del presidente Julio A. Roca (Roca lo designó su sucesor para asegurarse los beneficios obtenidos por la oligarquía a la que ambos pertenecían, a expensas de la tierra y el dinero públicos).

Se trató del acuerdo roquista-mitrista: el destino de ambas facciones rivales fue el de una perpetua pelea entre sí, mediante el enfrentamiento militar abierto o las violencias menores de las elecciones fraudulentas para dirimir el control del gobierno nacional y el reparto de las rentas y tierras públicas.

Y aunque el hartazgo y las voces críticas que se alzaron a raíz de los resultados de tal tipo, propios del predominio del mitrismo como primer faccionalismo dominante, dio lugar a algunos cambios débiles en pro de la política, el verdadero gobierno y la racionalidad bajo los gobiernos de Sarmiento y Avellaneda, las esperanzas de que Roca los continuara se vieron defraudadas totalmente, dando lugar a un segundo faccionalismo que culminó en su máximo esplendor bajo el Unicato de Juárez Celman

El Unicato era algo así como la resolución del ideal faccionalista, una especie de restauración monárquico-legitimista (una seudojustificación republicana). Era un aspecto esencial del Estado faccioso: el módulo central en la estructuración del poder es el fortalecimiento militar de una facción, constituida por familias previamente propietarias o en vías de serlo, alrededor de un caudillo u hombre fuerte cuya figura se trata de adornar y afirmar, con la finalidad de aprovechar al máximo las posibilidades de enriquecimiento que derivan del poder: comisiones, reparto de rentas y tierras públicas.

El Estado faccioso librado de oposiciones político-militares en el interior del país tras la derrota de la facción mitrista rival, recayó en la facción roquista, lanzada a un desenfreno de enriquecimiento ilícito y especulación que incubó la revolución de 1890. El alzamiento de 1890 se diferenció de las refriegas facciosas por su objetivo cabalmente político (dar cauce al cumplimiento efectivo de la Constitución, a un control de las rentas, al reparto de las tierras públicas y a un sistema electoral con reglas del juego objetivas y respetadas). Si bien el alzamiento fue derrotado y no logró sus fines, dio por terminado al Estado meramente faccioso al obligarlo a convertirse en conservador, fundado en el acuerdo de las facciones preexistentes celebrado precisamente para evitar el cumplimiento de los objetivos democráticos.

El general Mitre hacía el proceso de los fraudes electorales que decidieron a sus partidarios a apelar al recurso del levantamiento armado. La revolución encabezada pro le general Mitre contaba con ramificaciones en todo el país y tenía por objeto impedir que el doctor Nicolás Avellaneda, presidente electo, tomase posición del mando, como también abatir la influencia predominante del partido que dirigía Adolfo Alsina.

La revolución de 1890 fue la primera rebelión en contra de ese orden. Trajo al escenario político la permanencia del sinceramiento constitucional y el voto sin fraude y obligó a los facciosos a unirse en su contra. Los que se rebelaron fueron principalmente propietarios ganaderos a los cuales la crisis amenazaba con llevar a la ruina. El favoritismo faccionalista hacía prever que se podían tomar medidas para salvar solo a los amigos, pero no había políticas generales para aliviar la situación del conjunto.

Entre los rebeldes, además del preconstituido faccionalismo mitrista, se encontraban unos cuantos propietarios rurales con pasado de favoritismo faccional, pero inquietos porque, en el achicamiento impuesto por la crisis, el bote de salvataje es mucho más pequeño que el barco faccional de la estabilidad.

El gobierno de Buenos Aires (presidido por el coronel Álvaro Barros) movilizó toda la Guardia Nacional del a Provincia. La revolución llegó a contar entre el ejército del comando inmediato del general Mitre y el que operó en el Interior al mando del general Arredondo, alrededor de 14 mil hombres mas o menos bien armados.

Los principales diarios compartían de la irritación que trasuntaban los actos de los poderes públicos respecto de los autores del movimiento revolucionario (los diarios están del lado del gobierno). La irritación subió de tono cuando se hizo público que el general Mitre traía con su ejército sobre Buenos Aires, para reivindicar derechos electorales, al cacique Catriel con toda su tribu. El diario La Tribuna, con saña, le hace el proceso al general Mitre y se pregunta:

¿acaso puede llamarse reivindicación de derechos lo que el general Mitre busca, cuando no busca otra cosa que la posesión del poder? […] ¿Acaso lucha por la civilización cuando se une a los indios de la Pampa y busca su apoyo para venir a imponer su personalidad probada ya hasta el cansancio, vieja, debilitada, gastada y rechazada por la palabra inapelable de las urnas?

Después de la crisis y la revolución del ’90, para descomprimir el estado de revuelta y disconformidad popular, renunció el presidente Juárez Celman. El cordobés era concuñado del hombre fuerte de su facción (el general Julio A. Roca). Así, su vice Carlos Pellegrini ascendió a presidente. Se hizo cargo del Estado Argentino pagando a la banca inglesa con un empréstito que sus cofrades oligarcas solventaron diligentemente cuando este prócer roquista lo puso como condición para aceptar el ascenso. Vazeilles respecto a lo mencionado escribió:

[…] por estos méritos Carlos Pellegrini fue llamado “piloto de tormentas”, lo que claro está, no impidió que muchos que iban en tercera clase del barco se ahogaran, mientras en Londres festejaban y reían.

Sucedía que la disconformidad y la agitación popular no cejaban, a pesar de la renuncia de Juarez Celman (quien había llegado a la presidencia mediante un famoso acuerdo con el jefe de la otra facción: Bartolomé Mitre). La otra parte del acuerdo era la asunción temporaria de Pellegrini y que ambas facciones apoyarían a Mitre en las siguientes elecciones, como presidente, y luego tal vez elegirían de nuevo a Roca.

La Revolución de 1890 obligó al faccionalismo a convertirse en un Conservadurismo Acuerdista. Esto implicó una transformación de la conducta de la semi-clase semi-casta dominante, en el sentido de que abandonarían sus endémicas conductas revoltosas para apoderarse del gobierno y sus posibilidades de repartirse tierras y coimas, en beneficio de una facción, lo que hemos llamado el Estado faccioso, a partir de la unión de sus principales jefes para prolongar ese tipo de reparto de riqueza y rentas públicas, ahora en beneficio de3 ambas facciones, frente a una revolución de un conjunto más vasto de propietarios que querían una institucionalidad más estable y equitativa, cumpliendo normas constitucionales y propias del Código Civil.

Esto es lo que llamamos el paso al Estado Conservador acuerdista: lo que cedieron las facciones fue la libertad de alzarse en armas toda vez que se sintieran perjudicadas en sus posibilidades de acrecer sus latifundios o cobrar sus coimas.

Pero tanto la revolución del ’90 como la continuación de la agitación popular habían instalado la división en el no-partido conservador, apareciendo una fuerte fracción, denominada “modernista” que de triunfar, se esperaba generara una nueva legislación para incorporar a los radicales a un juego electoral limpio y el candidato a presidente de ese movimiento era el Dr. Roque Sáenz Peña.

La propuesta de imponer un orden constitucional verdadero y la pureza electoral, es decir, un orden jurídico con reglas de juego sin nombre y apellido. La oposición venía agitándose cada vez más destemplada, en la prensa, en el Congreso, en las Cámaras Provinciales y en las tumultuarias reuniones de clubs donde se hacía el proceso del presidente Sarmiento y del gobernador Acosta a quienes se les atribuía propósitos de montar la máquina electoral para imponer determinado presidente a la República.

Al Unicato de Juárez Celman no le faltaron críticos, entre ellos, Sarmiento, Leandro N. Alem y Aristóbulo del Valle, quienes denunciaron la enajenación del patrimonio nacional y la burla de la voluntad popular. Así se constituyó primero la Unión Cívica de la Juventud, más adelante la Unión Cívica fundada con Leandro N. Alem. El sector encabezado por Mitre se encontraba en la Unión Cívica sólo por su rivalidad con el roquismo.

Mientras el liderazgo del movimiento civil lo conservó Leandro N. Alem, la jefatura del alzamiento militar le fue conferida a un moderado acuerdista –el general Manuel J. Campos- eso fue causa decisiva de la derrota del movimiento revolucionario. La ausencia de un sistema electoral limpio seguía siendo lo que prolongaba los atrasos heredados del orden colonial.

3. EL PENSAMIENTO DE LOS LÍDERES POLÍTICOS

Se encuentra una ideología y cultura de peso negativo en los grupos dominantes de la época, los que estaban dispuestos a ir siempre a la cola y a la rastra de determinados sectores extranjeros; empujando al costado del camino, llevando al ostracismo a sus pensadores de vanguardia.

Ejemplo de que no había proyectos ambiciosos de desarrollo es el del ferrocarril (el ferrocarril del Oeste fue fundado en 1857). Nunca se constituyó en la base para un proyecto más ambicioso de desarrollo de una red ferroviaria, con lo que hubiera podido constituirse en llave e incentivo de planes más ambiciosos de desarrollo económico. Esto pone de manifiesto los defectos ideológicos de los grupos dominantes. Hubo rigideces que impidieron que esa estructura se convirtiese en base flexible de otros desarrollos. Una estructura más diversificada de cabezas portuarias hubiera otorgado al esquema agroexportador mayor flexibilidad para evolucionar hacia otras funciones más ligadas con la expansión del mercado interno.

La red ferroviaria siempre fue en parte nacional (y estatal) y en parte de capital privado británico. Esta circunstancia lejos de desmentir el dominio de los intereses británicos sobre el sistema de transportes en nuestro territorio, muestra la desidia política y la absoluta miseria ideológica de los gobiernos oligárquicos que nunca usaron tales instrumentos ni para impedir ese dominio i para lograr objetivos propios de desarrollo nacional (siendo el ferrocarril un muy poderoso instrumento para ello).

Como señaló Raúl Scalabrini Ortiz: “El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros es el ferrocarril”.1 Se configuró una estructura marcadamente latifundista sobre la propiedad de la tierra, con la formación de rápidas y fantásticas fortunas familiares, una preocupación relativamente menguada por la producción y la productividad y la promoción de fuertes tendencias especulativas.

Subrayar el peso que tuvo la ideología atrasada de los grupos dominantes para facilitar ese dominio y desaprovechar la posibilidad de líneas de desarrollo económico, como lo podrían haber sido un mejor trazado y control de la red ferroviaria, una mayor capitalización nacional del buen resultado económico de esa actividad y una mayor diversificación de la inversión extranjera en la materia.

La sociedad argentina comenzó a conformarse como siminacional y semimoderna bajo la forma de la estructura agroexportadora. Las graves deficiencias ideológicas de la clase dominante argentina para desarrollar con mayor plenitud las posibilidades nacionales y modernas tienen raíces más vastas que su constitución como terrateniente latifundista dentro de esa estructura agroexportadora. Aunque no caben dudas de que ese carácter fue una de las condiciones importantes de la perduración de tales deficiencias, de la facilidad concedida a los inversionistas británicos para obtener predominio y grandes beneficios y de las rigideces manifestadas por la propia estructura agroexportadora para evolucionar hacia formas más dinámicas y modernas de acumulación de capital antes de que la gran crisis se abatiera sobre ella.

Los descendientes de aquella elite recibieron la herencia de tierras cuyos valores parecían destinados a crecer por siempre en forma automática. Pocos pensaron que merecía la pena realizar un esfuerzo adicional para transformarse en empresarios industriales. Así escribió Vazeilles en El fracaso argentino:

La estructura agroexportadora se desarrolló no como consecuencia de alguna presunta política de “organización nacional” sino a pesar de los desastres ocasionados por la política facciosa, cuya primera forma de la falsa unidad nacional iba a ser la presidencia de Mitre.

Hemos mencionado la ambición latifundista, que debe considerarse ideológica, pues se trata de una época en que la renta de la tierra, por jugosa que sea, está subordinada enteramente a la acumulación del capital ligado a la producción secundaria, industrial o de servicios productivos, principalmente el gran transporte naviero y ferroviario, como tramos necesarios del mercado internacional, así que el apoderamiento terrateniente cede la parte del león del excedente al capital externo y deja una concentración de la riqueza restante en pocas manos.

Es decir, sólo una persistencia arcaica y colonial de valorar la propiedad territorial como expresión de los títulos y derechos nobiliarios, puede explicar que la oligarquía facciosa se dedicara sobre todo a la acumulación terrateniente y el modo abyecto en como cedió al capital británico control de la economía argentina y la parte del león dentro del globo del excedente.

4. EL ESPÍRITU CORRUPTO

El espíritu rentístico de la burguesía terrateniente, financiera y comercial local resultó un espeso caldo de cultivo para el enriquecimiento corrupto que las compañías monopolistas extranjeras estaban siempre dispuestas a ofrecer a cambio de la obtención de beneficios más jugosos que las coimas abonadas.

La resolución final del proyecto iniciado con el Ferrocarril del Oeste, es decir, su enajenación a precio vil a una compañía ferroviaria británica, a cambio de comisiones bajo la corrupción desenfrenada que caracterizó el Unicato del presidente Miguel Juárez Celman, habla en igual sentido. El presidente había sido proclamado jefe único del partido gobernante, a las facultades de la Constitución se sumaban las del caudillo. Lo que no podía hacer como presidente, lo podía hacer como único. Era la voluntad política de que fuera todopoderoso para dar prebendas.

Juárez Celman surge en la historia argentina como el teórico y el práctico de la entrega del país a los banqueros extranjeros. Se decidió el predominio del capital extranjero en la economía y en la política argentina (entrega de los servicios públicos al capital privado).

Entrega de los servicios públicos al capital privado: las principales obras públicas (puertos, aguas corrientes, cloacas, etc.) pertenecían al Estado, esa era la situación que Juárez Celman se propuso modificar.

Tal política de privatizaciones se acompañó de un aumento espectacular de la corrupción, la deuda externa alcanzó proporciones alarmantes. Las inversiones de un capital extranjero ya concentrado y monopolista gracias a la corrupción fácil de los notables locales.

Hasta la presidencia del general Roca, dentro del movimiento liberal, predominó la tendencia de que el Estado debía participar en la construcción y administración de las obra públicas. Juárez Celman abandonó esta posición y se decidió abierta y terminantemente por la entrega de las obras y servicios públicos al capital privado.

La tendencia nacionalista, apenas bosquejada, de Sarmiento, Alem, Del Valle e H. Irigoyen, que años antes había impedido por varias veces consecutivas la entrega del Ferrocarril del Oeste a los banqueros europeos, sufría ahora un rudo golpe. La pequeña burguesía urbana, excluida casi por completo de la vida política, era impotente para imponer sus puntos de vista económicos y políticos.

En las últimas décadas los grandes terratenientes se habían fortalecido como clase, en lo económico y en lo político. La camarilla de grandes propietarios terratenientes que controlaba el gobierno, renunciaba de manera total a la administración de los servicios públicos a cambio de excelentes “coimas”, de nuevos empréstitos y de más amplias posibilidades en el mercado europeo para los productos agropecuarios.

La política económica “spenceriana”, como se llamaba la que propiciaba el presidente, estaba en pleno auge. El gobierno tenían un argumento antinacional de que el “Estado no sirve para administrar”. El pueblo, excluido de la vida cívica, no aceptaba sin protesta la política antinacional del gobierno. El proyecto encontró además una vigorosa resistencia en el pueblo y en el parlamento.

La parte construida y administrada por el Estado daba beneficios todos los años. A pesar de ello, los hombres de la camarilla oficial, continuaban pregonando a todos los vientos que “el Estado es un mal administrador”. Para hacer pasar el proyecto se decía que no había dinero para continuar las obras. “El doctor Diego R. Davindson afirmó públicamente que se había exigido, por una alta personalidad, 200.00 libras esterlinas al directorio de Londres para la realización del contrato. La grave acusación nunca fue confirmada, ni desmentida”.

La “coima” y el negociado eran los móviles reales de la política de la camarilla que capitaneaba Juárez Celman. El gobierno sátrapa, que entregaba el patrimonio nacional a lo s banqueros extranjeros y cuyos miembros realizaban negocios, personales, vendiendo los bienes nacionales al capital foráneo. Semanas después de la revolución del ’90, bajo la presión popular, Pellegrini tuvo que anular esta ley y otras que otorgaban concesiones ferroviarias o que autorizaban la venta en Europa de enormes extensiones de tierras públicas.

El “clan” que encabezaba Juárez Celman, en un derroche de iniciativa, ideó la forma de hacer negociados con los empréstitos ya emitidos por los gobiernos anteriores. Intervenía en estos asuntos el doctor Carlos Pellegrini, aunque estaba algo distanciado de Juárez Celman y más cerca del general Roca.

Como la moneda argentina se desvalorizaba día a día, el gobierno ideó la tesis de que esos empréstitos perjudicaban al crédito argentino en Europa. Sostuvo la necesidad de la conversión de los mismos a un interés “menor”, pero en oro. Pero en tanto el oro se valorizaba todos los días, la moneda nacional sufría el proceso contrario.

La conversión resultaba así un negociado escandaloso por el cual los banqueros europeos se beneficiaban en muchos millones de pesos oro. La corrupción gubernamental, alentada por el imperialismo, no tenía límite alguno.

Cada ley que otorgaba una concesión implicaba un negociado. Por la sanción de estas leyes extranjeras, votadas por el parlamento argentino, los empresarios otorgaban fuertes “coimas”. La política del gobierno nacional con respecto a las concesiones ferroviarias animaba y favorecía latamente la inflación y la especulación. En 1889 se construyeron 4.790 kilómetros de vía férrea. Nunca el país conoció un auge semejante.

Las concesiones garantizadas no sólo se otorgaban para construir ferrocarriles, sino también para establecer otras empresas. A las empresas concesionarias no sólo se les concedieron garantías sobre sus inversiones, sino también otros privilegios.

Se estableció el sistema de los bancos garantidos. Esta fue una de las primeras obras del gobierno de Juárez Celman. En 1887 el Poder Ejecutivo elevó al Congreso el proyecto sobre los “Bancos Nacionales Garantidos”. El proyecto fue convertido en ley por la corrompida y obsecuente mayoría parlamentaria y antes del primero de marzo de 1888 fue puesto en vigor.

Por la ley de “bancos garantidos” se facultaba para emitir billetes con el sello de la Nación a cualquier entidad bancaria. Estas garantías fueron pronto burladas por los “bancos garantidos”, que en menos de dos años empapelaron el país con una moneda totalmente envilecida. Con esto, la inflación prosperó. Cada provincia tenía su maquinita de emitir billetes garantidos por la Nación.

También solían autorizar y ocultar los fraudes de las casas bancarias, que llegaron al colmo de publicar balances falsos para ocultarle al público la verdad de su situación. El gobierno de Juárez Celman se levanta en la historia argentina como monumento y símbolo de la especulación, del fraude, del negociado y de la entrega del país a los banqueros europeos (desnacionalización/extranjerización).

La pequeña fracción superior más rica de la burguesía agraria y comercial, lejos de buscar una convivencia institucional simplemente más legal, lo que en la época era visto como cumplimiento de la constitución, la limpieza en los comicios y un reparto de la tierra pública sin favoritismos ni destino especulativo, procurara mantenerse con exclusividad en el poder mediante la represión y las maniobras.

Ante la continuada agitación popular y las dificultades que ella creaba para las maniobras fraudulentas en los comicios, se multiplicaron los conciliábulos entre los hombres del régimen y los radicales y el gobierno se preparó para impedir que los radicales pudieran participar, mientras buscó acordad su propia fórmula.

CONCLUSIONES

Por todo lo expuesto, se concluye en que la fundación de la Argentina como estado-nación la miseria ideológica y política de los grupos que lograron ubicarse en la cúspide de la pirámide social es la clave central de su desaprovechamiento y del reiterado fracaso argentino. Se trata de una sociedad en la que la combinación de constituirse sobre un territorio rico y poco poblado con el ingreso al proceso de modernización daban claras posibilidades de desarrollo autónomo.

La nueva situación del campo político producida por las revoluciones de 1890 y 1893, con orientaciones contrapuestas sobre la organización institucional, alentó la formación de nuevos partidos políticos propiamente tales. En el siglo XIX encontraremos el Partido Socialista y ya en el siglo XX el Partido Demócrata Progresista. Sus respectivos líderes, Juan B. Justo y Lisandro de la Torre, fueron partícipes de la revolución del ’90.

Por su parte, el radicalismo de desmovilizó entre 1893 y el fin de siglo. La UCR resultó un partido muy desmovilizado pues, aunque en su reclamo de democratización solía liderar a vastas y heterogéneas capas sociales populares, su cúpula y su motor estaban en la burguesía agraria.

En condiciones más dificultosas por la represión, comenzó a desarrollarse un movimiento sindical por parte de los anarquistas con activa participación de los socialistas. Uno de los rasgos que fue tomando el conservadurismo acuerdista consistió en el dictado de leyes inconstitucionales (ligadas a la represión principalmente del movimiento obrero).

Finalmente, la primera elección presidencial no fraudulenta de la historia argentina se alcanzó recién en 1916, cerrando el ciclo abierto en 1890. Como sostiene Vazeilles en su libro El fracaso argentino,

Si uno compara el […] diagnóstico de Alberdi con el cuadro bobo presentado por Mitre acera de la democracia genial con su virrey de adorno que caracterizaba a la sociedad rioplatense en 1810, no pueden caber dudas acerca de la filiación moderna y no moderna de uno y otro pensamiento.

En el polo no moderno, la transparencia se acentúa porque ese tejedor de las telas seudomodernas y liberales no sólo no fue prolijo, sino que su urdimbre es tan floja que su cultura de castas y de ancien régime se advierte rápidamente en sus grandes huecos.

[…] Además de que los hilos de Sarmiento fueron más coloridos y mejor tejidos, cuando se advierte que atribuir el fracaso histórico de la sociedad argentina a una especie de barbarie constitutiva, y su proceso civilizador a la levita o a la silla inglesa, por una parte, o la explicación del atraso por el modo latifundista y, virtualmente, proponer como programa un reparto de la tierra igualitario y no especulativo, por la otra, se concluye a ojos vistas que ambos son discursos con lógicas enteramente diferentes.

[…] La contradicción indica movimiento y el movimiento lleva en si la cuestión de adónde se va […], en el caso de Sarmiento se acentúa no sólo porque en la cara moderna sus textos son más programáticos que los de Alberdi, sino porque estuvo junto a Vicente Fidel López y su grupo parlamentario en un intetno proteccionista o criticando al Unicato de Juárez Celman junto a los que serían luego los protagonistas de la Revolución del ’90.

[…] Intentos parciales y fracasados por lograr un curso diferente de las cosas, una mejor Constitución de la Nación, su desarrollo autónomo y sus avances democráticos, en lugar del deplorable curso que culminó con el Unicato de Juárez Celman y dejó graves hipotecas a la sociedad argentina.

[…] Algunos que estuvieron cerca o aún dentro del poder tuvieron una mejor conciencia de lo que correspondía hacer, surge casi inevitable la tentación de imaginar que más hubieran podido agregar para que eso no terminara fracasando.

De acuerdo con lo que hemos analizado acerca de la perduración de estructuras y costumbres coloniales, rebrotes genocidas y nulo pensamiento propiamente dicho, lo primero que salta a la vista es la cuestión ideológica, es decir, que si los resultados del trabajo y la producción daban para mejores rumbos y realizaciones que no tuvieron lugar, es necesario preguntarse acerca de la conciencia –o mejor sería decir inconsciencia- de quienes pudieron ser protagonistas de ello. Se cita Vazeilles en El fracaso argentino:

Desde luego, sería algo simplista, sobre la base del indudable fracaso resultante, deducir que todos los actores del caso fueron un atado de torpes inútiles y por eso hemos rastreado las situaciones excepcionales entre los actores, algunos de los cuales tuvieron ya en su momento alguna lucidez crítica de que el resultado final no sería acorde con los valores y expectativas postulados.

La rebelión del resto, en medio de esas maniobras, fue depurándose en una nueva entidad, la Unión Cívica Radical, el primer partido político con mínimos requisitos de tal de la Argentina, pues los anteriores fueron coberturas laxas de las actuaciones facciosas, no era meramente mezquino como el acuerdo conservador, pero sí muy limitado, ya que se proponían tan solo superar el faccionalismo, y nada proponían respecto al modelo económico.

Pero lo que debe quedar en claro es que el éxito en mantener los privilegios minoritarios y seguir excluyendo a una mayoría de la burguesía agropecuaria de las decisiones del gobierno, no podía sino fortalecer el arbitrio bastante amplio que tenían las compañías británicas y la diplomacia de ese país (el carácter neo-colonial del país), pues era fácil prevalecer sobre esa minoría rica, satisfecha y que en siglos, desde la colonia, estaba acostumbrada a vivir en la corrupción.

Es verdad que las ya largas décadas de independencia política, aún lastradas por las luchas facciosas, los genocidios y la contraproducente guerra contra el Paraguay, además de que la vida pública, con toda la falsedad que se quiera, no tenía más remedio que justificarse en la nación burguesa, es decir, en perfiles democráticos y nacionalistas como formas de la civilización moderna, pues cualquier legitimismo monárquico, feudal o clerical no podía entusiasmar a nadie (la gran mayoría de los dirigentes políticos eran afiliados a la masonería) y por lo tanto una mística política con algún arraigo tendería a reducirse, de ahí en más, a los herederos de la revolución del ’90.

Para finalizar se eligieron unas palabras de Vazeilles de El pantano argentino...:

Que esas herederos no hayan sabido fortalecer y hacer florecer la nueva herencia como para dejar atrás la mezquindad oligárquica y la dependencia, es otra historia, que abarca no sólo a los radicales, sino también a los socialistas y demócrata-progresistas, pues no debe olvidarse que los líderes fundacionales de esas corrientes, Juan Bautista Justo y Lisandro de la Torre, participaron en esa revolución.


BIBLIOGRAFÍA

§ Ciafardini, Horacio, Textos sobre economía, política e historia,

§ D’Amico, Carlos, Buenos Aires, sus hombres, su política (1860-1890), Buenos Aires, Americana, 1967.

§ Saldías, Adolfo, Buenos Aires en el Centenario, Tomo III,

§ Sommi, Luis, La revolución del ’90,

§ Vazeilles, José Gabriel, El fracaso argentino. Sus raíces históricas en la ideología oligárquica, Buenos Aires, Biblos, 1997.

§ Vazeilles, José Gabriel, El pantano argentino y el remolino latinoamericano, Buenos Aires, Manuel Suárez editor, 2008.

§ Vazeilles, José Gabriel, Historia Argentina, etapas económicas y políticas 1850-1983, Buenos Aires, Biblos, 2005.

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